domingo, 20 de septiembre de 2009

Mara



Es el nombre de mi perra. Nació el cinco de marzo. Fue la primera en nacer, chiquitita y negra como un carbón, con manchas marrones en la cabeza y patas. Detrás de ella vinieron otros tres.Dos machitos y una hembrita. Los vi crecer a todos, y luego llegado el momento fueron lléndose a sus nuevos hogares.
Mara quedó en casa con Rubia, su madre, negra como el carbón.
Rubia es la perra de mi hija y Mara era mi perra, nuestra perra.
Su educación costó muchos disgustos propios de una cachorrita hiperactiva. Zapatos, libros, revistas, en fin todo aquello que se podía morder tenía su marca. Era traviesa, juguetona y una gran compañera. Tenía sólo seis meses y sin embargo estaba siempre a mi lado, dormía a mis pies, o entre mis pies si estaba sentada en el ordenador, o en mi regazo, si podía y cabía entre la mesa y mis piernas.
Era tan especial, si tocaba baño, comenzaba por Rubia y ella queriéndose meter con su madre sin problemas, disfrutaba del agua. Si la que me bañaba era yo, se metía dentro del bidet para estar más cerca y esperar a que terminara. Siempre a mi lado. Cuando cocinábamos, se acurrucaba en mis pies o en los de Claudio. Era tan expresiva, que sus gestos nos emocionaban, pues a pesar de sus travesuras terminábamos riéndonos y jugando con ella. Fue mi compañera de estudios, las horas que pasaba sentada frente al ordenador y en la soledad de la casa, ella era mi distracción. Cuando tocaba hacer una pausa, empezaba a llamarme la atención con ladridos y dándome mordisquitos para que fuéramos a dar un paseo. En el mismo nos encontrábamos con otros perros, de distintos tamaños, razas y colores, pero ella no tenía miedo, simplemente se acercaba a ellos y les saludaba con una alegría desbordante, luego seguía su camino. Rubia y Mara eran muy conocidas en el paseo. Por las noches, ambas dormían en una alfombra que había a mi lado, sin embargo, Mara esperaba a que estuviésemos dormidos para subirse a la cama y dormir panzita arriba y bien estiradita. Era tan chiquita y linda.
Cada vez que regresaba a casa, estaban ambas esperándonos y si mirábamos la tele ella se acomodaba en el regazo de alguno de nosotros.
Durante los paseos solía dejarla sin correa, para que pudiera correr y desahogar tanta energía. En la urbanización solía correr por el césped, Rubia la seguía y jugaban hasta quedar empapadas por el agua que se acumulaba de los riegos. Le daba igual, disfrutaba con esas carreras.
Estaba aprendiendo a andar sin correa, sin embargo en un segundo ese aprendizaje le costó la vida. En un descuido salió corriendo a saludar un perrito que conocía y que se encontraba en la vereda de enfrente. Lo saludó y cuando regresaba un coche la atropelló. Murió en el acto.
Yo no estaba con ella, pero cuando la vi, inerte, sangrando y tirada en la calle, una parte de mi se revolvió ante esa visión. Nada se podía hacer. Claudio la levantó y la llevó a casa, la envolvió y la puso en una caja. La enterramos a la mañana siguiente, cerca del mar. Por todo lo que en este tiempo me dio, por el vacío que nos dejó, y por el amor incondicional que nos brindó la llevaremos siempre en el corazón.
Mara : 05/03/2009-18/09/2009