Me estoy convirtiendo en una vieja
recalcitrante, a más años peor.
Ir al cine y que coincida un grupo de
adolescentes detrás de uno, es decir, en la última fila puede convertirse en
una pesadilla. Van de acá para allá, hablan en voz alta,
utilizan el móvil (bueno, esto no es sólo de los adolescentes, muchos adultos
también lo hacen), cargan con súper paquetes de palomitas que se tiran unos a
otros y caen sobre tu cabeza.
Por no decir, de un mocoso ordinario
llamado Pablo que cada dos por tres se tiraba “pedos” y todos festejándole la
gracia.
Me tuve que dar vuelta y decirles que por
favor se callaran y que dejaran de tirarme palomitas, pararon, lo que tardé en
volverme. En la sala había dos grupos de estos adolescentes, y cual animales se
comunicaban con el otro que estaba en la otra punta con silbidos.
De los
adultos que había allí, ninguno, pero ninguno dijo nada de nada.
Seguramente como voy dos veces al año al
cine esta evolución “involución de comportamiento social” me pilla de sorpresa
y es lo habitual en una sala de cine.
Cuando terminó la película, salieron como
animales salvajes, escaleras abajo, corriendo y chillando, comportamiento que
como digo, quizás sea el habitual de un tiempo a esta parte.
La sala tiene moquetas y asientos
oscuros, las palomitas estaban desparramadas en el suelo, en las butacas y
en todo aquello que las hubiera contenido de su vuelo, un chiquero en toda
regla.
Si lugar a dudas, pensar que la educación
brilla por su ausencia es característica indudable de me estoy convirtiendo en
una vieja recalcitrante.
De la película... ya ni me acuerdo.