domingo, 5 de junio de 2016

Doroteo Fernández, un vallisoletano en Argentina






En un puesto callejero de cosas de segunda mano y antigüedades me llamó la atención un cédula de identidad, fotos y otros documentos.
Debido al precio que pedía el vendedor al ver mi interés me quedé con la cédula de identidad con la intención de escribir al respecto. De esto ha pasado ya un año largo y fue en Buenos Aires, Argentina.

Hoy quiero hablar de Doroteo Fernández, nacido el 6 de febrero de 1882 en Valladolid, España.
En el año 1936 se hizo su primera cédula de identidad en la República Argentina, y la que obra en mi poder es un duplicado realizado el 14 de septiembre de 1954.
Don Doroteo no sabía leer ni escribir, y en el lugar que le corresponde la firma tiene escrito: “Analfabeto”, la impresión de su pulgar derecho y una fotografía.

En Argentina por aquella época la inmigración era frecuente y el primer lugar lo ocuparon italianos y en segundo, españoles. Las historias que oíamos a nuestros mayores sobre la forma de viajar para salir de la hambruna que estaban viviendo en España eran espeluznantes.
Padres que enviaban a sus hijas en grandes barcos, hacinados, un atado con las cosas básicas, desde la más pequeña a la mayor, y de tres sólo llegaron dos porque la del medio debido a las condiciones del viaje enfermó hasta la muerte y el mar fue su lugar de descanso eterno junto con tantos otros que no resistieron la travesía.

        Llegaban con lo puesto para trabajar, las mujeres de sirvientas en casas de los señoritos de la época y los hombres al campo. Trabajaban y ahorraban para comprarse el terreno y hacerse la casa.
Luego se reunían en asociaciones en las que los “gallegos” se conocían, se casaban y formaban su propia familia. Él andaluz, ella valenciana; y todas las combinaciones posibles entre las distintas comunidades, sin embargo, para todos nosotros eran “gallegos” y “tanos”.

         Doroteo Fernández ha sido uno de los tantos inmigrantes que seguramente con su esfuerzo, con su trabajo, con su vida aportó su granito de arena para engrandecer  la tierra que le acogió y en ella, en algún lugar, sus restos estarán. ¿Habrá tenido hijos?, vaya uno a saber.

         Simplemente he recuperado un nombre, un apellido y con él quisiera homenajear a 
todos aquellos que de una manera u otra han salido de su país, y han asumido como propio el país que los acogió sin olvidar sus raíces.