jueves, 17 de diciembre de 2020

La médico diez minutos.


Té con miel y limón, agua y paracetamol para combatir un incipiente resfriado con mal cuerpo. Transcurren los días, a peor la garganta, mil cuchillas al respirar y tos seca.Lo propio de la estación que estamos y que se repite cada año. Pido cita al médico, recién a los 7 días, imposible esperar. Necesito medicación más efectiva: antibióticos. Deducción propia después de tantos años pasando por el mismo cuadro en las mismas fechas, sin Covid. Voy al ambulatorio, al que me corresponde.

Coincido con la llegada de una ambulancia, ellos aparcan fuera y yo entro al centro. Hay cola, espero a ser atendida, me quedo entre las dos puertas de cristal.
Una señora delante le intenta explicar a alguien que no se sentía bien, que había pedido cita, que estaba apática a lo que le preguntan ¿eso que significa?, que si la han llamado por teléfono y que no atendió, que los números son ocultos… etc., etc.
El personal de la ambulancia saca a un hombre en silla de ruedas y se marchan.
Nada, lo habitual que deben de explicar los trabajadores a los pacientes que llegan y que estarán hartos de hacerlo.

Me toca el turno, le explico al señor que me atiende, que tenía cita para dentro de siete días, que no podía esperar, que tenía dolor de garganta y tos seca, no fiebre, no contacto Covid.
Me informa que iba a tener que esperar, mientras mira en la pantalla e imprime la cita.
Me pide que me siente en la sala de espera, que ya me dirá algo.
En el interín, al fondo mucha algarabía, una ronda de batas blancas, hablando y organizando para hacer una foto. Todos con unas mascarillas muy monas de navidad superpuestas a la sanitaria, y después, despedidas de fin de jornada laboral. 
Serían aproximadamente las 14:30 horas.

Viene el señor, me da el papel impreso y  escrito con unos números que son las posibles consultas de dónde me pueden llamar y tenía que ir a ese lugar. 
Ese lugar era en el que antes había estado el alboroto, pero ahora estaba vacío, una sala amplia, con grandes ventanales y sillas marcadas para mantener la distancia de seguridad. De pronto, sale una médico y me dice que ahí no podía estar, que esa zona era libre de Covid y que debía salir de allí. 
No entendía nada. Intentar explicarse es hablar con la pared.

Vuelvo a la recepción y esta vez, la problemática era otra pareja, en la que ella estaba embarazada de tres meses, con dolores y la enviaban al hospital Costa del Sol.
Me atienden y dicen que tengo que ir a la zona Covid, hacer el test y luego me verá el médico.
La zona Covid es dentro del mismo centro de salud, un área separada con un plástico, la entrada es por el exterior y la puerta abierta para ventilar. Me voy hacia allí y me siento a esperar. Atraviesa la zona de aislamiento una médico y me dice que me tienen que hacer la prueba y que luego me atenderán.
De pronto aparece otra sanitaria, mochila al hombro y me informa que en ese momento no me puede hacer la prueba Covid, que se tenía que vestir con ropa especial y que no lo iba a hacer. Pero, que a las 17:30 tenía citada a otra paciente y me emplazaba a la misma hora. 
Nada, a casa y regresar en el horario establecido.

Conociendo el camino, estuve allí puntualmente. Habían sacado los sillones de metal afuera, y la puerta estaba abierta. Dentro una pareja, jóvenes, de la misma edad que la sanitaria; ésta vestida con un equipamiento de asilamiento azul, le hacía la muestra con el palito a la mujer. 
La situación entre ellos era muy amable y risa va, risa viene. Menudo cambio pensé. 
Me vio y dijo que cuando terminara me atendía. Después le hizo la muestra la hombre, y pude ver que además a la mujer le hacía la prueba de la sangre. Ambas pruebas las he pasado, como medidas preventivas dispuestas en nuestro lugar de trabajo por el Covid. 

Termina y despide a la pareja, y me hace pasar. Dice ¡siéntese! y se va dentro, regresa con los materiales necesarios para la prueba.  La simpatía y amabilidad anterior, desaparecieron. Todo formalidad. 
Inclino la cabeza, no, así no, dice. La cabeza recta, y acto seguido me introduce el bastoncillo hasta el fondo, y lo mueve con una inexistente delicadeza. Primero el lado derecho, y en el izquierdo la sensación fue tan desagradable que le dije, “y yo que me quejaba de la enfermera del trabajo”, a lo que respondió: "yo sé cómo haber bien mi trabajo". Se fue dentro, dijo que tenía que esperar y salí de esa área. 

Me hizo llorar, llorar de la impotencia por la mala intención con la que hizo su trabajo, me hizo llorar de dolor y de la rabia por su brutalidad innecesaria. Lo malo de la experiencia previa es que se espera lo mismo, pero claro, la humanidad que tienen algunos, otros la carecen. 
A los diez minutos, sale y dice: “ de momento está dando negativo, pero tiene que esperar otros diez minutos para confirmarlo”.

Continua la espera, confirma el negativo, y me hace pasar a una consulta contigua. 
Pensé que vendría un médico, ¡craso error!, era la misma persona que me hizo la prueba.
La consulta está desinfectada, siéntese, dijo. Preguntas de rigor: contacto con alguien Covid, no.  
Le explico por qué estoy allí. 
Me mira la garganta, sáquese la mascarilla, póngasela, mide el oxigeno en sangre, y me informa la medicación que me va a dar. Me quiere mandar a casa con solo un medicamento para el dolor, y le digo que no, que eso es insuficiente, que la garganta me duele y que al respirar es como si tuviera miles de cuchillas, que la tos seca que tengo me molesta. Le comento lo que suele darme el médico de cabecera, que para los antibióticos necesito receta y si una medicación que suelo tomar era similar a la que me estaba dando. Sin comentarios, reproducir la reacción y los modos no merecen la pena.
En diez minutos, podrá recoger la medicación de la farmacia, me despidió y así fue
 

Moraleja de esta experiencia: 


Todos y cada uno de nosotros somos pacientes Covid hasta que se demuestre lo contrario, o sea, alguien a quien evitar y por ende, si se puede, maltratar.

Los profesionales tienen la sartén por el mango, o sea, lo que yo digo es ley.

Si opinas malo, si te callas, peor, porque al final confirmas que no tienes ni voz ni voto.

Se han perdido las formas, y quizás se notan más cuando se va al médico de higos a brevas.

Nos hemos convertido en “seres” amorfos de contenido, hemos perdido la humanidad.

La buena educación, no se mide sólo en los conocimientos que pueda tener el profesional de turno, si no en cómo trata a los demás.

Mi religión, la educación, me impide ponerme a la altura del que la carece, sea quien sea.