domingo, 8 de septiembre de 2013

Señoras



En la vida nos encontramos con verdaderas señoras, señoras que lo son de los pies a la cabeza y que se comportan como tales, sea el lugar que sea.

Hay personas que les molesta que se les de ese tratamiento, quizás porque se hacen eco de algunas de las definiciones que da el diccionario de la Real Academia Española: “Persona respetable que ya no es joven”, o “mujer o esposa”. Entiendo que pueda molestar quizás más la segunda acepción para aquellas mujeres que se encuentran sin pareja y no tienen en cuenta el resto, o la primera para aquellas que se creen que la juventud es eterna. 

Sin embargo, de todas las definiciones me quedo con la siguiente: 

Persona elegante, educada y de nobles sentimientos”. 

Verdad es que hay señoras que de esta última tienen poco o nada y son realmente unas reverendas hijas de su madre, pero eso ya es otro tema. 

A veces tenemos que esperar en organismos públicos o privados a que nos atiendan, lo que nos deja un tiempo precioso para observar el comportamiento o el lenguaje corporal de los posibles candidatos a atendernos. Una vez visto el panorama, y a medida que se aproxima tu número ruegas que tal o cual no te toque porque desprende por todos sus poros una mala leche que contamina hasta la silla donde se tiene uno que sentar. 

Sin embargo, la excepción existe. Cuando se va acercando tu turno, respiras profundo y con alivio cuando ves que tu número coincide con el número de la mesa de esa persona que desprende profesionalidad, respeto, claridad y que es una verdadera Señora, con independencia de su estado civil y su edad. 

En sucesivas entradas hablaré de aquellas señoras que de una manera u otra han marcado mi vida o que sin conocerlas han sido tan profesionales en lo que hacían que me han motivado a ser como ellas. La vida, en sus tantas vueltas las ha vuelto a poner en mi camino y la emoción, el agradecimiento y el recuerdo han motivado esta publicación. Magdalena va por usted. 

Pd.: Puede que no recuerde un nombre, una fecha o un acontecimiento importante, pero mi memoria de elefante no olvida una cara, unos ojos, una voz o una sonrisa aunque pasen muchos años. Mi ordenador mental guarda como verdaderos tesoros esos rostros que marcaron mi vida para bien. 
El resto: a la basura. 


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